Por: Sara Galico
La situación política, social y económica de Venezuela parece estar a punto de turrón. Personalmente me da mucho gusto saber que la oposición ha logrado unir fuerzas para intentar sacar a ese buey de la barranca. El mundo entero ha sido testigo del sufrimiento de los venezolanos. Pero, definitivamente lo que más entristece es ser testigo de la melancolía que los venezolanos exiliados sienten por ver a su país hecho pedazos. La incertidumbre por saber a sus seres queridos viviendo en un país de miseria, injusticia y violencia.
Se necesita de un acto de tremenda empatía para entender la terrible situación que se ha desarrollado en ese país latinoamericano. Los mexicanos no somos ajenos a la pobreza, a la injusticia, o a la violencia. También nos ha tocado sortear terribles crisis políticas y económicas, pero nada como Venezuela, nada.
Rafael Rojas, en un artículo publicado en la revista Nexos, el 1 de diciembre de 2018, compara la crisis inflacionaria de Venezuela con la Alemania de 1923. Afirma que ningún país latinoamericano, ni siquiera Cuba en la década de los noventas “ha sufrido algo equivalente al desplome de los niveles de vida y el abandono de las normas democráticas que se han producido en Venezuela en la última década”.
El desastre social está directamente relacionado con el autoritarismo de Nicolás Maduro, un personaje que no heredó de su antecesor, Hugo Chávez, el carisma y la habilidad política para sostener su régimen populista. Ha compensado sus carencias con represión y violación a los derechos humanos y durante su mandato ha destrozado a las instituciones democráticas y transitado apresuradamente hacia la dictadura.

El mes pasado, con el juramento del Presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, como Presidente encargado de Venezuela desconociendo al gobierno de Maduro, mares de gente salieron a las calles a apoyarlo. También, desencadenó que decenas de países le dieran reconocimiento oficial internacional. Alemania, Argentina, Austria, Bélgica, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Dinamarca, España, Estados Unidos, Finlandia, Francia, Guatemala, Holanda, Honduras, Panamá, Paraguay, Perú, Polonia, Portugal, Reino Unido, Suecia, entre otros, se han pronunciado en contra del régimen de Maduro para apoyar a Juan Guaidó.

¿Y México?… México, no…
El gobierno mexicano quesque cree en la negociación para limar asperezas. Alguien tiene que mediar ante los extremos, y los mexicanos, nos apuntamos para entrarle al quite. Sin embargo, me temo que la intención, es un tanto ridícula ante las circunstancias, ya que las negociaciones sirven única y exclusivamente cuando existe voluntad de las partes por solucionar el conflicto. Maduro no tiene interés alguno en negociar nada, su trono de dictador le parece cómodo y no ha mostrado voluntad alguna por respetar los derechos humanos de los venezolanos. Guaidó, representando a la otra parte, tampoco quiere negociar con este nefasto personaje. En una carta muy diplomática nos mandó decir que mil gracias, pero no gracias #queoso.
El pronunciamiento de AMLO no me sorprende. La realidad es que la política exterior de México constantemente emite pronunciamientos tibios que reflejan los preceptos de no intervención, autodeterminación de los pueblos, y solución pacífica de controversias establecidos en nuestra Constitución. Lineamientos que surgieron como consecuencia a las invasiones territoriales que sufrimos durante el siglo XIX. Los europeos y norteamericanos, en su búsqueda expansionista interminable, mantuvieron la mira en repartirse el territorio mexicano. Sus sangrientas intervenciones obstaculizaron la construcción de nuestra patria. De allí que nuestra política exterior sea tan moderada. Yo no me meto con nadie, absténgase de meterse conmigo y cada quién sus cubas.
Cabe mencionar que la Constitución también nos habla, dentro del mismo artículo, de la cooperación para el desarrollo internacional y del respeto, la protección y la promoción de los derechos humanos. Es conmovedor, e inocente pensar que los gobernantes siempre respetan los derechos humanos de sus habitantes. Al parecer nuestra Constitución no reconoce la posibilidad de que un dictador anteponga su proyecto nacional sobre el bienestar de sus habitantes. Nuestra Constitución no se ha enterado de los genocidios del siglo XX, tampoco conoce a Hitler, a Stalin, Fidel, Mao, Milosevic, Maduro, y a toda su banda de tiranos y criminales.

Los mexicanos estamos jugando a ser el “bystander” del patio. El que ve la pelea y no toma partido, observa pasivamente y mantiene cierta amistad con ambas partes. El que no se la rifa, ni se compromete por el otro. Así es como México ha mantenido relaciones diplomáticas fructíferas y estables con gobiernos de ideologías diversas a través de los años.
Si realmente nos mortifica ver la golpiza en el patio, debemos dejar de ser “bystanders” y convertirnos en aliados de verdad. Correr y buscar a la maestra, gritarle al bully que deje de molestar a los demás, o soltarle un catorrazo para disuadirlo. Tomar acciones que fortalezcan a las víctimas y restablezcan la balanza de poder, y entender que en el siglo XXI la neutralidad no existe, y nuestra pasividad le ayuda a los opresores.
Al no reconocer a Guaidó pasaremos a la historia como los amigos que se mantuvieron pasivos mientras los venezolanos sufrían de hambre y violencia. Nos valió gorro ver sangre, trancazos y humillaciones, nos mantuvimos al margen para ser neutrales.
«La neutralidad ayuda al opresor, nunca a la víctima»
Ellie Wiesel