Escrito por: Sara Galico
Los “gilets jaunes”, que suena súper glamuroso en francés pero traducido al español queda como “chalecos amarillos” (#chale) han robado la atención del público desde finales de noviembre. Si creemos que los mexicanos nos pusimos bravos con el gasolinazo del 2017, solamente hace falta seguir la noticia de las atrocidades ocurridas en Francia por un impuestito a la gasolina. Los que saquearon Elektras se quedaron cortos… (mal chiste, para nada lo aplaudo).
Las revueltas de los “gilets jaunes”en Francia surgieron como respuesta al impuesto a la gasolina propuesto por el gobierno de Macron para aumentar el precio de los combustibles y promover el uso de fuentes de energía renovables. La iniciativa resultó sumamente desastrosa ya que abrió la caja de Pandora y reveló las profundas inconformidades económicas y sociales de Francia.
El movimiento popular que inició esporádicamente con la ayuda de Facebook carece de una ideología o visión política específica. Parece un monstruo de mil cabezas, y aglutina fuerzas de derecha, ultra derecha, izquierda, izquierda radical, movimientos rurales, obreros, transportistas y clase media, todos alebrestados, impacientes y frustrados. Una revuelta sin líderes específicos para negociar, con muchas y distintas demandas. Un lienzo en blanco para el oportunismo político de la oposición.
Como respuesta a las violentas protestas que han propiciado vandalismo, resaltado el anti-semitismo francés, y causado miles de arrestos, el Presidente Macron decidió suspender el aumento del impuesto temporalmente. Pero las aguas no parecen calmarse porque el descontento surge de las profundas desigualdades creadas por el modelo económico neo-liberal.
Francia, al igual que el resto del mundo presenta signos preocupantes que muestran la creciente brecha entre los gobernantes y los gobernados. El fenómeno no es nuevo, Trump en Estados Unidos presume haber llegado al poder porque las élites demócratas no entendieron las necesidades de la población. Su gobierno manifiesta ser “para el pueblo”. AMLO en México consiguió arrasar la última contienda electoral culpando a la “Mafia del Poder” de todos los males ocurridos en nuestro país.
Buscar chivos expiatorios no es nada nuevo, y las masas resentidas siempre han culpado a las élites. Sin embargo, el presente discurso político en estos países etiqueta y divide a la población, la polariza.
¡En esta esquina el pueblo santo, e inocente que no se equivoca, y en la otra, las élites malvadas que abusan del pueblo!
No quiero defender a las élites, porque la han regado y gacho. Pero echarles todo el paquete me parece excesivo, y muy peligroso. Los problemas sociales son complejos y no se solucionarán etiquetando y dividiendo a la población. La convivencia democrática resiente esta dinámica, la constante confrontación entre los diferentes actores políticos, sociales y económicos termina convirtiéndose en controversias que dividen a la sociedad entre “buenos y malos”.

La participación en las calles de los chalecos amarillos ha ido disminuyendo paulatinamente, sin embargo, su aparición en el mapa global comprueba, una vez más, que el mundo como lo conocíamos hasta ahora se está desmoronando rápidamente y la sociedad en vez de intentar rescatar puntos de acuerdo común, busca aventar a la hoguera a los “malos”. Hasta hace poco, procurábamos mantener consensos democráticos, crear relaciones internacionales basadas en la diplomacia y la cordialidad, intentábamos mantener un discurso político correcto y respetuoso. Los líderes gubernamentales hablaban de inclusión y resaltaban nuestras afinidades.
La retórica cambió. Hoy vivimos en un mundo en el que se vale etiquetar a los ricos como “fifís”, a los mexicanos como violadores y narcotraficantes, a “Macron como la puta de los judíos”, a los musulmanes como terroristas, etc. En demasiados lugares, la sociedad está construyendo clasificaciones para los chivos expiatorios, aspirando a que el resentimiento lo invada todo y permitiendo que la intolerancia ajuste cuentas.
Hoy tenemos permiso de liberar nuestros odios, una apuesta terriblemente peligrosa.