El confuso caso de ser judeo-mexicano en septiembre.

Por: Sara Galico

Realmente creo que los judíos tenemos una vida espiritual y tradicional tan abundante, que completa cada aspecto de nuestras vidas. Tenemos rituales y bendiciones para todas las ocasiones, empezamos el día agradeciendo estar vivos, y nos dormimos recitando las palabras más simbólicas de nuestra religión. Nuestra semana incluye un día obligatorio de descanso, y nuestro calendario incluye fiestas de alegría y días de tristeza, celebraciones para disfrazarse y emborracharse y días para ayunar y sentir arrepentimiento. 

Y ahora en septiembre, celebramos Rosh Hashanah, el año nuevo judío, rodeados de nuestras familias, reflexionando sobre nuestros actos durante el año que pasó. Sabemos que estamos siendo juzgados y lo tomamos con profunda solemnidad. Le pedimos a D-s que nos regale vida, salud, paz, bendiciones y éxito.  Las abuelas preparan los mejores platillos y llenan sus mesas de manzanas con miel, granadas con azúcar, guisados de poro y acelga, y una cabeza de pescado. Cada elemento posee una simbología precisa que conecta una cadena milenaria de hermandad.

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También en septiembre, celebramos la Independencia de México, sin tanto circo, maroma y teatro. Prender la tele para ver el grito, y llevar a tu fiesta una bolsa de Sabritones y una botella de tequila, termina siendo suficiente para armar noches legendarias. Nadie pone manteles largos, ni sus mejores vajillas, generalmente son platos desechables y vasos rojos del Costco. 

La celebración de ambos eventos en las escuelas judías podrían causarle un ataque esquizofrénico a cualquiera. El lunes, los niños van con el rabino para escuchar el Shofar, y después le escriben “Kartisei Berajot” («tarjetas de buenos deseos») a los soldados de Israel. El martes hornean jalá con el comité de madres y comen manzanas con miel. Miércoles se van disfrazadas de soldaderas y mariachis, para comprar en la kermés del 16 de septiembre chilaquiles y “jicalocas”. Un alumno destacado se disfraza del “Cura Hidalgo” y toca la campana de Dolores en la ceremonia, mientras grita: Vivan los héroes que nos dieron patria!…!Viva!  (repiten con entusiasmo moderado).

El jueves sienten un mini-infarto mientras caminan apresuradamente al patio para concentrarse durante el simulacro nacional del mes de septiembre. Luego, los profesores aprovechan para recordar a las víctimas de los sismos del 85 y 2017.

Aproximadamente 30 minutos después vuelven al patio, ahora corriendo y en pánico porque vuelve a temblar.

Recuerdo una vez que la noche del grito del 15 de septiembre coincidió con el ayuno de Yom Kipur. La cena fue en casa de mis papás, y mis primos se empezaron a organizar para la pachanga en el Bulldog (el antro más cool del momento, y mi segunda casa por toda la década de los noventas). Le rogué a mis papás para que me dejaran ir con ellos. Mis abuelos maternos, no aprobaban la idea de que su nieta saliera de fiesta después del ayuno. Miraban a mi papá con severidad; a mí ya ni me volteaban a ver, sabían que ya era un caso perdido.

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Mi papá acorralado entre la espada y la pared, me dió permiso para salir esa noche. Y mientras yo corrí a mi closet a quitarme el disfraz del templo, me advertía que tenía que ser extremadamente cuidadosa por ser una noche muy peligrosa. 

Cuando llegué al antro, me encontré a los mismos que estaban en la sinagoga, horas antes, con caras largas de arrepentimiento. Ahora portaban una sonrisa.

En cuestión de dos horas, después de estar muertos de hambre y sed, deshidratados con dolor de cabeza, débiles y sintiendo el frío característico del ayuno, volvimos a la vida al calor del alcohol barato que servían en los antros de barra libre. Si esa noche me hubieran hecho una autopsia, en mi estómago habrían encontrado: 3 roscas, un juguito Jumex miniatura, un caldo de pollo con tallarín, un kipe con guacamole, calabazas con tamarindo, té de manzanilla y 3 caballitos de tequila.

Hasta la actualidad existen algunas personas que dudan de nuestra identidad judeo-mexicana. Nos siguen identificando como extranjeros, y en casos más extremos, también como traidores. Dudan si nuestra religión nos quita lo mexicano. Lo que ellos no entienden, es que nuestras tradiciones y fiestas nacionales se intercalan constantemente con nuestra vida religiosa. Podemos ser las dos cosas, judíos y mexicanos, y si nos ponemos más estrictos podemos ser también sefardíes, ashkenazim, y chilangos.

Somos todo lo que queremos ser, y nuestra identidad, por confusa que parezca en algunos momentos, es deliciosamente rica, como un kipe con guacamole, un guefilte fish a la veracruzana, o una manzana cubierta de chamoy.

Shaná Tova u Metuka! y Viva México Ca%0n3s!


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